Santiago Maestro Terraza
No había necesidad de mirarlo dos veces para percibir en su plenitud aquel rostro tan atípico, más cercano al de un aguilucho que al de una persona normal y corriente. En su cara, todos los huesos pugnaban por hacerse notar, y algunos lo conseguían, aunque el que con mayor abundancia lograba sobresalir tanto en su largueza como en su indomable abultamiento era el apéndice nasal: ¡una prominente nariz propiamente quevedesca! Novela desenfadada de entretenimiento.