Muñoz, Abelardo
«Érase un barrio antiguo, un laberinto medieval a un paisanaje pegado, érase un enclave protohistórico, de encanto superlativo. Y ahora, en el dintel del milenio, un espacio castigado, un ecosistema urbano en decadencia gracias a la saña demoledora a que le somete la gobernanza de la ciudad. Ese barrio se muere, o lo quieren matar. Es como una vieja piel de carnero estirada por sus extremos. Los unos lo quieren barrio residencial, para especular con él, los otros, los más, aspiran a preservar su espíritu bohemio, un pequeño West End o Portobello mediterráneo. El barrio de las fachadas cadavéricas, los solares de gatos y los rincones de botellón, el de las esquinas apestosas de meados, las casonas centenarias, los tugurios saturnales, las fiestas y los alaridos, de los viernes gaseosos... se resiste a morir».